¿Por qué ocultamos la historia de la tecnología?

¿Cómo es posible que los equipos que transformaron las telecomunicaciones ahora estén llenos de polvo y en el abandono?

Publicado originalmente en Global Voices, el 14 de julio de 2023

Durante mi infancia y adolescencia pasé de los grandes transmisores de radiodifusión y la larga distancia telefónica a la popularización de la wifi. Me tocó presenciar cómo se difuminaron los campos de las comunicaciones electrónicas en las tecnologías de la información, y hoy en día estoy preguntándome cómo hacer arqueología tecnológica. 

Hay formas de arqueología que pueden cavar en la memoria de la técnica e investigar sobre las infraestructuras de telecomunicaciones, donde su compresión se sitúa como un asunto geopolítico, socioambiental y de gobernanza de las Telecomunicaciones e Internet.

En 1982, Japón donó equipos tecnológicos legendarios a México. Uno de ellos fue un conmutador telefónico digital. Un aparato del tamaño de un closet que permitía interconectar lineas telefónicas y que contenía el primer procesador de señales digitales que fue introducido en las telecomunicaciones. El destino de este equipo, entre otros, fue el Centro de Estudios Tecnológico Mexicano-Japonés, ubicado en la zona industrial del municipio de Celaya en el Estado de Guanajuato, en el centro de México.

Los conmutadores como el que donaron a México fue la introducción de la computación al mundo de las telecomunicaciones, me contaba el profesor Fermín, uno de los responsables del laboratorio, cuando yo llegué como estudiante al centro a la edad de 15 años. Fermín fue parte de las primeras generaciones de ingenieros en comunicaciones electrónicas en México.

Para aquel momento estos equipos ya eran considerados obsoletos y eran parte de la bodega del laboratorio. Desconocía el valor que estos equipos tenían para la fundación de las telecomunicaciones modernas y quería entender la entonación de las palabras del profesor Fermín al contarme del significado de estos equipos que no coincidían con el espacio que tenían dentro del laboratorio.

Me preguntaba: ¿Cómo era posible que los equipos que transformaron la mirada de las telecomunicaciones ahora estaban ocultos y embodegados, llenos de polvo y en el abandono?

Inicié a estudiar los equipos con curiosidad, con el apoyo de Fermín y, más tarde, de otros compañeros. Logramos hacerlos funcionar por eso del 2005 y así fue que nos iniciamos en aprendices de arqueólogos con el equipo que nos donaron desde el Japón, en 1982. 

El conmutador digital telefónico es el precursor más cercano al enrutador de redes de computadoras que conocemos hoy en día. Su objetivo es combinar la capa lógica y física en una abstracción de conmutación digital, reemplazando los antiguos mecanismos electromecánicos utilizados en el pasado. Esta fusión entre transporte y contenido de datos introdujo la computación en las comunicaciones electrónicas.

La arqueología tecnológica nos permitió observar en la materialidad de este equipo de conmutación de llamadas que la comprensión de los conceptos de transporte y contenido era una parte substancial de lo que había permitido el inicio de las telecomunicaciones modernas con la introducción de la computación. 

Me pregunto si los equipos llegaron por las corrientes del Pacifico o del Golfo. O más bien por aire a velocidad crucero. Algo que todavía no logro responderme bien es la pregunta sobre por qué ocultamos la historia de las infraestructuras, pero si puedo compartir que este hecho fue muy significativo para mi pasión por la historia de las telecomunicaciones, la computación y las tecnologías audiovisuales.

La delincuencia escaló alrededor del centro educativo mientras que la inseguridad se hizo común en Guanajuato, situación que no ha cambiado a la fecha. Esto provocó la suspensión de mis estudios en 2006 de manera abrupta y mi etapa en aquel encuentro con el Japón.

Por los contextos de Latinoamérica, me parece aún más importante hacer arqueología tecnológica, pues también cubre una dimensión política. La denominada “obsolescencia de la tecnología” es, en muchos casos, más una obsolescencia programada y percibida. La tecnología que se considera desfasada es relevante en nuestras regiones. 

En América Latina hay tecnologías que son consideradas ruinas al mismo tiempo que para nuestras territorialidades son posibilidad de relaciones de autonomía. Un ejemplo de esto es la radio. Hoy sabemos gracias al Mapa de radios de América Latina y el Caribe que al 2020 en la región había por lo menos 6,667 emisoras comunitarias.

Este es el caso del pueblo originario Masewal, en México, que mantiene sus radios bajo sus modelos económicos y sociales de su vida comunitaria. Las integrantes más jóvenes de una de las radios del pueblo Masewal me contaron que para ellas su radio nació autónoma, porque sus radios han existido más allá de los permisos y concesiones del Estado.

Fermín tenía dentro de sus ilusiones reactivar el radio club para construir antenas y aprender sobre la transmisión y propagación de ondas entre longitudes y distancias. También defendía el uso común de los laboratorios frente a las fuerzas institucionales que los mantenían como museos decadentes y en ruinas.

Me pregunto que fue de mis compañeros y compañeras, qué fue de Fermín. Me pregunto que es de todas las presencias de las personas que participaron y participan en la construcción de muchas de las tecnologías que usamos hoy en día. 

Tal vez es pronto para una arqueología del presente, donde uno mira en la tecnología de hoy los rasgos de los equipos pasados. Sin embargo, para quienes transitamos desde la computología, la artesanía y la programación me parece relevante reconocer la finitud de las tecnologías que construimos y sus proceso de envejecimiento. Las relaciones que generamos con la tecnología y nuestras historias importan; las conversaciones que nos ocasionaron, las alegrías y contradicciones que se hicieron presentes en nuestro hacer.

Ilustración de Global Voices